Bitácora

Los matices de las palabras y sus anclas emocionales

¿En tus matices o los míos?

4 Jul, 2021

Los matices de las palabras son muchos, y se enquistan sin que uno se dé cuenta.

Los idiomas se transforman gradualmente y nunca dejan de hacerlo, integrando nuevas palabras al vocabulario o haciendo adaptaciones al mismo conforme a la práctica. Una sola palabra puede tener acepciones tan distintas como para darle nombre a un pez teleósteo comestible, decir que una persona es muy fea o bien que es muy lista y escurridiza. Su uso en cada región depende meramente de su aceptación y utilización: todos están de acuerdo sin decir que están de acuerdo. Pero hay matices de las palabras que generan anclas emocionales, y esas son, digamos, intencionales.

Sabemos bien de la corrección política que se ha enquistado en discursos e ideologías, generando debates por doquier sobre lo que debe o no debe ser. Los objetivos de respeto e inclusión son obvios, pero el recurso del lenguaje como agente de imposición es más estrategia de propaganda que nada, apropiándose de lo que, en esencia, es lo correcto, pero quedándose en juicios meramente virtuales. Una suerte de inquisición mediática.

Comenzó Vicente Fox con sus «chiquillos y chiquillas» hace poco más de 20 años, hablándole a los mexicanos y a las mexicanas, abriendo la puerta a un pésimo hábito replicado por todos los funcionarios de cualquier nivel de gobierno cuyos discursos sosos y llenos de paja no contribuyen a la inclusión, sino a vicios de expresión o del lenguaje que terminan por enquistarse. Así, diputadas y diputados, senadoras y senadores, secretarias y secretarios, ya no pueden expresarse de forma concreta en sus ideas porque la correción política exige mención de géneros para ser respetuoso, y quien no lo haga es sexista, machista, golpista y cualquier cantidad de «istas». Estupidez institucionalizada.

Los matices de las palabras tuvieron un avance gradual

La palabra anciano de un momento a otro adquirió una connotación peyorativa totalmente inventada, siendo sustituida por una nueva definición que pareciera llevar consigo una disculpa anticipada, un grado de consideración que automáticamente se presenta como una referencia de respeto: adultos mayores. Son ancianos y todos lo seremos, punto. Para más consideración, el diminutivo para los viejitos, los cabecita blanca. Los matices de las palabras de pronto se introducen y cambian gradualmente la percepción.

¿Qué diablos es una «persona en situación de calle»? Cualquiera de nosotros. Basta con caminar por la ciudad, pasear en auto, bicicleta o tomar el transporte público. Comer en un puesto de comida callejero o salir a pasear con el perro: todas son situaciones de calle. Pero resulta que así se refieren a los mendigos como para, otra vez, disculparse de antemano porque la sociedad los abandonó o porque quién sabe qué penas condujeron a ese infortunado a vivir abajo de un puente. Caray, se apachurra el corazón con la pobre gente en situación de calle.

Luego resulta que los discapacitados son personas con capacidades diferentes, aunque esa definición me hace pensar en algún mutante de los X-Men o superhéroes cuyos poderes sí serían como tal capacidades diferentes. Ser ciego o sordo es una condición, una limitante, sí, pero referirse a la persona discapacitada como tal no es una falta de respeto. Tendrán sus habilidades, quizás mucho más desarrolladas ante la carencia de algún sentido, pero existen en el normalidad de todos. Los atletas paralímpicos son una clara muestra de tesón y, de hecho, consiguen más medallas que los atletas que no son discapacitados.

Lenguaje pobre, persona pobre

Si existe consideración excesiva, que vengan los diminutivos tan gustados por el mexicano: no son gordos, sino gorditos. Y la comida sabe mejor con salsita, tortillita, cebollita, chilito, aguacatito, y se trabaja duro en la chamba para comprarse una casita, un carrito, todo chiquito, así como la autoestima nacional tan vapuleada por ideas pobres, necedades, traumas o rencores. Los padres de familia son en las circulares del colegio «papitos» y «mamitas», y ya no son niños y niñas, sino niñ@s. La derrota de la buena educación por adaptarse a las formas en tiempos de corrección.

Con una sociedad así es más fácil que se manipule el lenguaje, con estrategias de comunicación repetitiva en la que los matices de las palabras crean anclas emocionales y los consiguientes enfrentamientos. Y si eso es malo, imaginen que, además, los aludidos las hagan propias, sean fifís, conservadores o aspiracionistas de clase media. Emociones al filo picando a cada anzuelo que les tira algún heraldo de la demagogia como un cuento de nunca acabar. Tiempos de la ignominia, justifcaciones y pretextos. 

No son temas de identidad, sino de cordura (para los que tengan posibilidad). Las cosas se llaman por su nombre y hay que ser claros, porque ese también es el camino para enderezar el pensamiento y establecer una mejor comunicación con los demás. Los insultos tienen los adjetivos adecuados para cada ocasión, las definiciones del vocabulario, también. Úsenlo mejor. O no. Cada quien con sus anclas emocionales ligadas a los matices de las palabras.